jueves, 6 de abril de 2017

As de Diamantes

No importa si fue hace tres días o tres meses. Tampoco si las condiciones meteorológicas eran buenas, o por el contrario fuera llovía y hacía frío. Os voy a contar como sucedió, en el lugar en el que no importa la hora que sea, ni lo que pase en el mundo. Esta es la historia de la Escalera Real de Color.

En el Poker caribeño, las posibilidades de obtener jugada son escasas. No obstante, aún con jugada, hay que pasar otra barrera, que el crupier también ligue. Demasiado frustrante si ya te veías con esas fichas en la mano, si tu crédito dependía de esas cinco cartas, si era tu última esperanza.

La pareja de chinos de la que os voy a hablar es peculiar. Ellos no son ni muy simpáticos, ni muy jóvenes ni muy guapos. Tampoco, según puedo deducir por las cantidades que cambian en las mesas, muy ricos. Pero si son asiduos, eso si. Aquel día, como otro cualquiera, venían a pasar la tarde, sin muchas pretensiones, o quizá si, no podemos saberlo con certeza.

Cuando te falta una carta para hacer escalera de color, la posibilidad de que al cambiar se te dé esa carta es ínfima, ya que estamos hablando de que sólo vale una carta de las cuarenta y siete restantes, menos de un dos por ciento de probabilidades. De ahí el grito ahogado cuando la crupier descubrió el As de Diamantes. Era difícil, pero no imposible. Pero no acaba aquí la carrera de obstáculos. El segundo grito fue mayor, la pareja de chinos tenía alrededor a seis o siete colegas, que observaban atónitos. La crupier llevaba jugada, es decir, pagaría.

Esto, más que estadística, es magia.


Ana Karenina, Tolstoi, 1875.

L.

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